Entre el Cielo y la Tierra neuquina se tejen los colores y acuden las formas fundidas en la producción de Ana Zitti. Su obra es un imaginario de la autentica experiencia patagónica. El elemento natural y la memoria sostienen existencialmente cada trazo de pincel. Así es su serie El Valle y Yo donde estalla toda la potencia vital del paisaje que justifica su existencia. Una pintura estratificada en donde las perspectivas se confunden penetradas unas a otras, los colores netos y vibrantes tejen en finísimas hebras los planos de una geografía fantástica y las líneas ondulantes e ingenuas como los grafismos de un niño, relatan la historia del valle, el desierto, el lago, la montaña…La paleta de fuerza primaria entremezcla anaranjados fulgurantes que Ana roba del horizonte cuando el sol agoniza, arreboles de los manzanos en las chacras, azules profundos que se recortan al borde de las nubes en el anochecer y todos los verdes que el sol provoca trepado a los pinos y alamedas, escurridos entre maizales y chañares. Con ellos realzo la riqueza compositiva de sus Ritos y Arco Iris, otra serie nacida al paso de las cuatro estaciones. A partir de entonces, una dinámica envolvente se suma a su alfabeto, cual huellas del viento sur, invencible y arrollador. La línea se vuelve cuerpo y figura en si misma vigorizando el ritmo de seres ciclopes, danzantes, ingenuos, hechiceros, patizambos, mezcla de indio y rey.
La negritud golpea con gesto energético detrás de cada tela. El ritual es la cita del aborigen, la alusión a lo secreto, lo recóndito; un encuentro de fuerzas vernáculas donde la pintora funde las suyas. Es entonces cuando sus visiones pictóricas enlazan esos ritmos con otros de estrechos parentesco por ella vividos en las entrañas de la vieja América, bajo el sol del Cuzco, en la e fervencias barroca de los metales, al calor de los uros, junto al son del umbanda…Con trazos sueltos, de alto valor expresionista, los personajes se metamorfosean en animales y en signos de los objetos del culto mapuche, conciliando mensajes tan cándidos y festivos como dramáticos..
El afán de esencialidad es la clave de esta producción y de allí la razón de ser de los objetos que se nos presenta con vocablos en la poesía infinita de su topos. Con ellos las artista explota la posibilidad de evocación que le propone la materia aprovechando sensualmente las cualidades plásticas que consiguen sus orgánicos acabados.
Agregaría a la definición la palabra con que los franceses denominan a los grandes resultados producidos mediantes escasos recursos:”bricolaje”. Hacen bricolaje los chicos que incorporan a su juego todo cuanto tiene, cualquier jirón que encuentran en el suelo, cualquier información que oyen. Así como construimos nuestros sueños, de fragmentos, hilachas de sucesos y fantasías transformados en un profundo simbolismo. De la pequeñez Zitti arranca profundidad y riqueza, como un aforismo entre la materia y el espíritu. De elementos cotidianos fábrica el lenguaje de su cultura. Es una artista de los limites, una “bricoleur”, que en su economía de enunciación, una sola línea de pensamiento en imágenes es afirmación de realismo..Para materializar su sentir se integra al hecho creativo como un átomo de la energía que allí habita, y entonces Ana es roca, fuego, flor, rio, barda y otras pinturas…derramada exuberantemente entre el cielo y la tierra neuquina.
Maria D’Adamo. Crítica de Artes Visuales. 1995